Planear, querer y estar

Marisol Ciriano
4 min readNov 5, 2018

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Un día de octubre desperté con la seguridad de que no estaba donde quería estar al inicio de año. Unos minutos después fabricaba el análisis triste donde evaluaba la presión de mí para mí que me hizo estar en ese punto.

Lo extraño es que hace un año no estaba muy segura de qué quería ser o hacer. Después de marzo de 2017 los planes parecían la cosa más estúpida. La intensidad y tal vez “pasión” con la que había deseado las cosas desde niña no tenían sentido.

El diciembre pasado, a punto de terminar la vida universitaria, llegó la pregunta en forma de proyecto final. ¿Cuál es el PLAN de aquí a un mes, a seis, a un año, a cinco, a 10? No lo sabía.

Lo sé, quien lea esto dirá que no es un caso especial, no es que sea única y diferente, es la crisis de todos cuando se van a graduar. Lo sé, pero yo era la chica que tenía un plan para todo, y la mente estaba en ceros.

Había ciertas cosas seguras, y fue lo que escribí en mis planes de aquí a cada tanto. Estaban las anclas:

- Sabía que quería vivir en la misma ciudad que mi pareja y ver qué pasaba entonces. Aseguraba que eso se transformaría en mudanza y en una especie ridícula de “felices por siempre”.

- Quería entrar al taller del periódico importante en la ciudad que vivía mi novio, para aprender lo que “en mi estado no puedo aprender”.

- Escribir, ya sea en un puesto de reportera o como redactora.

En un acontecimiento que en su momento creí casi imposible, después de un 2017 de mierda, logré el primer paso. El verano iba a ser diferente y ahí se iban a ir tachando los objetivos.

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Cuando terminó el verano quise escribir una carta de renuncia a todo. La presión que pongo siempre sobre mí me llevó a decirme que hiciera algo más, que intentara por otro lado, que esto no era lo mío, era como si me hiciera la pregunta romántica de Rilke a diario.

¿Siento verdaderamente la imperiosa necesidad de escribir?

La trasladé también al periodismo.

Cuando lo hablaba en terapia lo presentaba con el gran fracaso de mi vida. Meses después lo veo como lo vi las primeras semanas en esa ciudad. Todo lo que aprendí, todo lo que quería ser, lo que imaginé que era el periodismo y resulta que era más y lo tenía de frente. Pura felicidad.

Lo que en su momento vi como fallo tras fallo, se presenta ahora como lo que fue. Lo había logrado, era la gran cosa, pero tampoco se sintió como la gran cosa, lo disfruté, respondí, me esforcé y di lo mejor de mí. Al paso hice también buenos amigos.

Pero en ese momento el estrés que me caracteriza desde que estaba en preescolar fue más fuerte, pensé que yo no era suficiente en distintos aspectos de mi vida. Eso me dejó con ganas de regresar a la zona segura de mi hogar, a ponerme el pie en un trabajo que era “el sueño” (pero entonces tampoco podía verlo así), a terminar la relación más importante que he tenido a mis cortos 23 años, y a llorar a la menor provocación.

Ahora, en la calma que llega después de la tormenta (justo tan cursi como quería que sonara) me doy la respuesta de que siempre estoy aprendiendo, que fallaré y asumiré las consecuencias que vengan con eso, pero no será el fin del mundo, aunque duela así.

Es noviembre, viene el peso de preguntarme qué hice en el año, de eso hablaré luego, pero me sacudí y me volví a plantear muchas cosas. No tengo planes concretos, soy una reportera que aprende y a veces reniega un poco del oficio.

Tengo deseos, sigo persiguiendo otra ciudad, pero no sé decirme los motivos en voz alta.

Seguido me hago la pregunta de si quiero o no quiero ser periodista o si soy suficientemente buena, entonces digo que tal vez me hace falta leer “Zona de Obras” de Leila Guerriero, o ver a la Marisol de tercer semestre que fue a un taller de crónica sin haber llevado una sola clase de periodismo. Pero también está una agenda, un trabajo que me mantiene con la cabeza ocupada.

En enero quería vivir en Ciudad de México, en julio volver a casa, en agosto y septiembre no sabía dónde quería ser, en octubre me dije que esto no era, ahora sólo me queda decir que aquí seguimos.

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Written by Marisol Ciriano

28. De adolescente supe que quería contar historas y luego no se me ocurrió hacer otra cosa.

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