Ser como Gigi

Marisol Ciriano
5 min readJun 9, 2021

¿Cuándo se dieron cuenta que a él no le gustan tanto?

Ya pasó un año desde la última vez que tuve una pareja que consideré “oficial”. Los últimos seis meses decidí pasarlos sin citas, salidas, ni “andar quedando” con vatos. Esto debido a que a inicios de 2021 volví a recordar todas las veces que he sido Gigi en ‘A él no le gustas tanto’.

Spoiler alert (igual y no tanto porque es un contenido de hace años): esa película y este texto sí van mucho del amor romántico, pero también de aceptar las señales de “rechazo” y no forzar aquellas de “coincidencia”.

La película, basada en un libro del mismo nombre, trata de diferentes situaciones en las que se pueden encontrar mujeres y hombres en una relación sexoafectiva con otra persona, con las cuales nos podemos identificar, o a nuestras amistades.

Está la chica que sólo liga por internet y espera encontrar ahí “al indicado”; la que tiene años de novia con un tipo que no cree en el matrimonio, mientras ella vive la presión social de “quedada”, a pesar de que la relación con su pareja es buena; la mujer que se casó con su novio desde la universidad y él le fue infiel y ella se culpa en un momento por presionarlo demasiado para casarse; también la mujer que decide ser la amante de alguien porque quizá es el amor de su vida y tarde o temprano deje a su esposa que “no lo hace feliz”; el chico que espera la oportunidad con la chica solo porque se cree un “mejor partido” y termina siendo “usado” por ella; el hombre infiel que, dice, no estaba listo para casarse pero era “lo correcto”; el que solo sale con chicas sin buscar algo serio y se califica como casi experto en relaciones. También está Gigi.

Ella es esa chica a la que le enseñaron a interpretar las señales para saber si le gustaba a un chico. La que va de cita en cita esperando conocer “al indicado” y poder contar la historia de cómo se conocieron (muy a la Ted Mosby). Es la que espera a que él le llame y siente una clase de ansiedad por dejar claro si eso es una cita o no, si fue una buena cita, si saldrán de nuevo o si él espera tanto como ella de ese encuentro. Todo revuelto en una sola noche.

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No recuerdo muy bien cuánto ha sido el tiempo máximo que he durado sin que me guste alguien, antes de este semestre. Creo que no mucho. Y no estoy hablando de que me quisiera casar con ellos o que nos viera por siempre juntos, sino que me gustara, tuviera un pequeño crush, intentara que hubiera algo, aunque fuera leve. O los casos en los que decidí no intentar nada y escuché canciones de desamor que realmente no me quedaban.

Tampoco es que haya tenido miles de novios, ni que sea experta de Tinder o Bumble, simplemente me gustaban, a algunos se los decía. Hubo relaciones que trascendieron, otras no, algunas quedaban en amistad y otras en simples flechazos.

En este camino de intento de deconstrucción me he preguntado cómo llegué ahí. Tengo algunas cosas claras: mis papás han sido un ejemplo desde siempre de pareja linda y estable; las películas “rosas” románticas con finales felices siempre me calman, por lo que siempre me ha gustado leer, escuchar o contar historias de amor.

No supe en qué momento me sumergí en ese pensamiento de amor romántico. Cosa curiosa porque cuando estoy en pareja nunca me gustan las grandes demostraciones públicas como la serenata, el peluche gigante o la propuesta con 100 personas alrededor. Pero me gusta el interés, el acompañamiento y el cuidado.

Ahora también sé que a veces podía ser “intensa” como Gigi, acorralar al chico de la preparatoria con mensajes y preguntarle que “¿entonces qué sientes por mí?” Como si un me gustas se tuviera que transformar en noviazgo solamente porque sí.

Podía salir de alguna decepción amorosa a buscar el apapacho, el abrazo y sacar todo el amor o el cariño que sabía que podía dar y que no me aceptaron, quizá porque no era la forma de querer de la persona, o porque simplemente no me querían. Puede que eso no sea tan Gigi.

Muchas veces sigo siendo ella esperando la señal de que soy la excepción de alguien y no la regla. Pero me doy cuenta que definitivamente no podré serlo y dejo de esperar la llamada a un lado del teléfono, o un Whatsapp e incluso un DM por Instagram.

Porque, como dicen en algunas partes de la película: si no te llama en equis días es porque no quiere llamarte; si no te pide que seas su novia o salgas con él o que formalicen es porque no quiere hacerlo o no está listo y no se podrá forzar algo. Si no está cuando lo necesitas…

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Al final, como en toda película cursi que me tranquiliza, ella encuentra la felicidad con un vato que le dice que es su excepción.

Me gusta ver esa historia el 14 de febrero para recordarme que hay relaciones que se joden y que está bien, que quizá encontremos a alguien o quizá no, y no pasa nada. Porque sí, puede que no le gustes tanto.

Me gusta el final de la mayoría de los personajes, menos de Gigi, porque para mí hubiera sido más lindo que renunciara a esperar al tipo del otro lado del teléfono y porque en su discurso con Alex dice que prefiere tener esperanza de encontrar a alguien, porque está más cerca de hacerlo que los demás. Amiga ¿poooor? La esperanza puede ser solo espera cansada.

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En enero decidí descansar del juego de leer señales, de ese ligero estrés de saber si me mandará un mensaje o no, de estar repensando si puede nacer algo con alguien. También decidí replantearme la palabra “gustar”, entender que le puedo gustar a alguien o me puede gustar alguien y eso no se convertirá en una relación romántica de la noche a la mañana.

Decidí irme a las primeras señales de desinterés (aunque suene cliché) y no esperar a nadie. Dejar que la vida pase y saber que si ese “alguien” llega para esa relación bonita podré querer como yo sé hacerlo (igual mejor con lo que he aprendido en dos o tres “fracasos”). Pero sobre todo, decidí que si ese alguien no llega… no pasa nada.

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Marisol Ciriano

28. De adolescente supe que quería contar historas y luego no se me ocurrió hacer otra cosa.